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jueves, 2 de octubre de 2014

El equívoco y el destino


El equívoco
Aquel encierro había sido un equívoco sin mala intención pero real, lo había sufrido durante unas horas con angustia y sin consuelo. Ahora ellos estaban preocupados por su negocio y por la ausencia de Irina: a todas luces su futuro se había hecho inestable. Sin saber por qué mordían y comían el mismo equívoco que había sufrido yo. Mis declaraciones los había situado en el tendido del dolor y yo movido por el enfado estaba en el territorio de la venganza. Me pareció mal por mi parte pero la ira que me gobernaba era superior a mis fuerzas. El hotelito “picadero” era a todas luces ilegal y yo les había puesto en una situación límite con las imágenes del móvil. En su imaginario pesaba el agravante de que las pruebas ya estaban en manos de la policía igual que en el mío había aparecido como que aquello era un secuestro. En su esquema mental, en el funcionamiento de su mundo de fantasías: alguna pieza les había fallado y yo no reaccionaba como ellos tenían previsto para estas situaciones. En su pensamiento y rutina, Irina tenía que haberme “complacido” , de ser así nada habría pasado. En mi caso, un turista europeo lejos de su territorio, habría agradecido un momento relax y no habría rehusado su compañía.
Empecé a pensar en el engranaje completo de aquella pequeña escenografía: el dormitorio de las orquídeas. Valoré la maquinaria que movía los acontecimientos de aquellas personas y vi claramente que para todos ellos se trataba del negocio del sexo. Repasé cada uno de los instantes anteriores al encierro y llegué a la conclusión que la clave del equívoco estaba en un punto impreciso del trayecto. Después de muchas cavilaciones vi que en el gran despliegue de contingencias todos éramos inocentes.
Para entender aquel cuadro valoré el germen del encuentro y lo que sucedió seguidamente. Entonces pensé en como se bifurca nuestro destino y cuantas cosas nos pueden suceder sin que medie intención alguna. Cada instante segrega circunstancias irrepetibles e imposibles de controlar y lo más sorprendente, cada una de ellas tiene y conlleva consecuencias futuras. Visioné el pasado con cuidado y vi dos momentos que enlazaron todo lo sucedido: lo sorprendente es que no tenían relevancia como para ser determinantes en nada. Repasar los detalles se hizo interminable, no obstante conseguí mover el tiempo lentamente y detener los ojos en la persona que me llevó hasta allí; entonces vi claro que ella era cliente de la casa.
En el Tepemok se encontraban las parejas pudientes de Vladivostok, los jóvenes que no disponen de espacio íntimo y lo pueden alquilar allí, camuflado en un patio discreto en el centro de la ciudad. Allí estaba el primer tropiezo de aquel destino no deseado pero ya determinante en el viaje a Siberia. Después analicé los pormenores uno a uno, valoré todos los detalles vividos con Irina y localicé el preciso instante donde se gesto el núcleo del equívoco. Primero me centré en cuando Irina me lanzó una mirada cómplice y me pidió:
 ⎯ Por la tarde me explicarás el viaje.⎯
Este detalle iluminó lo que ella hizo después; llamar a la puerta cuando se encontraba sola. Quizá lo hizo con poca seguridad y golpeó la puerta demasiado tímida, quizá me vio mayor y respetó mi silencio, o también pensó que ya me había marchado y quedaba libre de mi “cuidado...” Sopesé los signos y situaciones posibles que se habían dado y vi claro que ella también era inocente.
Por mi parte pensé que lo del viaje era una petición convencional, una manera de quedar bien compartiendo las vivencias del huésped. Nunca imaginé que aquello era los preámbulos de una cita. Pero la clave del equívoco era más sutil y confusa, quizá se camuflaba entre signos temerosos y cómplices, tanto que seguramente se escondía entre los laberintos de mi mente. Ahora pienso que el equívoco nació entre dudas y se reveló en el paño indeciso de mi timidez. Al ir pensando sobre el asunto he visto claramente el instante. Ha sido cuando he podido recordar la leve llamada en la puerta. La contingencia fue tan sutil, tan leve su decisión, que yo pude disimular que dormía pero la verdad es que la sentí. Para la conciencia de ella queda claro que Irina hizo bien los deberes, llegó hasta la puerta y llamó. Para la mía queda claro que alargué las dudas callado, consciente de que estaba allí esperando la señal, dispuesta a lo que yo demandara. Después el tiempo silenció mi presencia y ella pensó que ya me había marchado. Quizá la llamada fue demasiado débil y yo demasiado timorato... Si hubiera llamado más fuerte la evidencia de su presencia habría sido inevitable y yo no habría podido escaparme por la puerta del silencio. En ese nuevo escenario no habría tenido más remedio que abrir la puerta y el encuentro se habría dado. Queda claro que el encierro se habría evitado y del nuevo contexto habrían nacido circunstancias totalmente diferentes…
En aquel momento el mal ya se había extendido por muestra mente. Ellos estaban apurados y temían una inspección policial, quizá un cierre del negocio y yo había sufrido horas de angustia con peligro de mi vida. Lo más preocupante es que aún estábamos en medio del caos; la tragicomedia no se había acabado, el presente estaba encubando posibles desdichas y las causas de todo aquello se habían perdido entre los ripios de la comunicación; todos los motivos habían sido equívocos sin importancia...

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