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jueves, 9 de octubre de 2014

Los carteristas de Kazán


El lugar de encuentro. En el viaje a Siberia mi paso por Kazán fue revelador. La plaza Tukaya era mi final de trayecto cuando caminaba desde el Kremlin...

Los carteristas de Kazán
Dije en su momento y recordareis cuando mi móvil se quedó bloqueado. El hecho me causó inquietud y me quedé sin un apoyo importante: ahora es una herramienta fundamental en cualquier viaje. Sin él estaba casi perdido en una ciudad que no podía comunicarme si no era con el traductor de Google. Fue un día de nervios ya que en él llevaba toda la memoria del recorrido, mapas de las ciudades que iba a visitar, horarios de trenes, reservas y direcciones de hoteles, notas sobre la historia de los edificios y obras más singulares, copia de toda la documentación, pasaporte, DNI, visado: ¡en fin, todo!
Llegado el momento pensé que tenía que ponerme en contacto con Blai y Román, mi hijo y un vecino que tienen acceso a mi casa y al ordenador personal. Allí tenía una copia de todo y también el Nº de puk, pensé que si me lo enviaban por correo podría desbloquear el móvil en unos segundos.
Mientras estaba en esta disyuntiva en la plaza Tukaya de Kazán, donde hay un reloj que delata la relatividad del tiempo, pregunté a un grupo de jóvenes por un locutorio o bien alguien que tuviera un ordenador para enviar un correo. Después de largas diatribas me dijeron que me acompañarían a uno que estaba muy cerca en dirección a la estación del tren: era precisamente la ruta que conocía. Caminamos más de 30 minutos a buen ritmo, mientras tanto, ellos iban dando tumbos y escupiendo en el suelo, una costumbre que observé como normal en los jóvenes rusos. Uno de ellos que era el más animado y hacía de informante me dijo:

⎯Tienes que tener cuidado con los ladrones, aquí los turistas son presas fáciles⎯

Lo miré con curiosidad y pensé para mis adentros: ahora he de tener cuidado de vosotros…
Por fin llegamos al locutorio, pagué por adelantado 20 minutos de conexión y volví a meter la cartera en el bolsillo posterior del pantalón, es un gesto que lo tengo mecanizado y no lo cambio nunca. Pienso que es una zona sensible que en cualquier momento me daría cuenta de un hurto…
Ellos me ayudaron a poner el ordenador en alfabeto latino y curioseaban sobre lo que yo hacía. Procuré estar vigilante sin estar alarmado y muy escueto en lo que tenía que hacer… Envié el coreo y les invité a tomar una cerveza; al ir a pagar el importe de la ronda la cartera no estaba en su lugar. Estuve mirando por todas partes y al fin apareció en el bolsillo delantero izquierdo. Abrí la cartera y miré sin decir nada. Estaba todo removido, las tarjetas las habían cambiado al lugar del los billetes y estos al lugar de las tarjetas. Seguí callado, pagué y miré de frente al comunicante que al instante me hizo un guiño y me dijo:
⎯Let, mr.⎯
Me quedé mudo y agradecido, me regalaron una instrucción básica de protección contra carteristas.
Aprendida la lección decidí llevar la cartera en el mismo lugar, pero la llevaría allí como señuelo. Llené la cartera de los billetes de tren usados y de rublos de 10, 20, 50 rublos, en total que no pasara de 300, suficiente como para pagar pequeñas compras. Escondí las tarjetas de crédito en una bolsa oculta bajo la ropa y el resto de billetes los distribuí en bolsillos interiores.
A los dos días llegué a la ciudad de Omsk, estuve buscando el hotel donde tenía reserva y no conseguí encontrarlo; había cambiado de lugar. Como siempre me ayudaron a solucionar el problema, una familia muy amable, especialmente ella me dijo sobre el mapa que mostraba el móvil donde estaba situado ahora y fue ella la que me aconsejó tomar un taxi:
⎯Por cien rublos te llevará hasta allí.⎯
Yo les dije: cien rublos será para ustedes, para mi seguro que la tarifa es cuatro veces más, entonces ella llamó al taxi, arregló el precio, les dio la dirección y el taxista arrancó en aquella dirección.
El taxista era un quebranta huesos: 190 m, 110 kl. de peso, casi calvo, piercing en las orejas y en nariz y tatuajes negros en los brazos ilustraban todas las hachas y espadas de los nibelungos. En el cuello tenía pliegues horizontales en la nuca, eran profundos, como surcos en la tierra. La boca grande, los dientes oscuros y unas manos de domador de osos: ¡la verdad que impresionaba! Yo estaba relativamente tranquilo, el coche llevaba el taquímetro roto pero el precio estaba acordado. Por si acaso preparé 120 rublos para dárselos en el momento de parar.
Cundo llegó me señaló el lugar con el brazo, me miró y vi aquellos ojos de un azul intenso con el iris diminuto y chispeante. Entonces dijo:
⎯ Вот, отель...⎯
Le di el dinero y la mano para despedirme. ¡su mano era un cepo para zorros! Bajé del taxi que sólo tenía dos puertas, entré al hotel, llevé la mano a la cartera y ya no estaba, salí corriendo y el taxista ya había arrancado, justo lo pude ver cuando salía de mi campo de visión al tomar la primera curva…
En aquel momento me disgusté por la impotencia y descuido, pero a los pocos segundos me puse a reír pensé que el quebranta huesos había picado como un pardillo. El señuelo había funcionado y aquellos ojos inteligentes vieron el bulto de la cartera y no el contenido. Total que se llevó el importe máximo de unos 20 euros…

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